Mujeres que ganan puntos gracias a la violencia de género (I)
Sergio Parra
Ante la avalancha de casos de violencia de género que se producen en las sociedades occidentales, vale la pena echar un vistazo a otras culturas donde las cosas pueden ser mucho peores. Y mucho más raras.
Imaginad un grupo de personas cuyo estilo de vida podría considerarse el colmo del machismo y de la violencia de género. Esa sociedad existe y no se encuentra en ningún barrio de clase obrera sino en unas aldeas aparentemente conectadas con el espíritu de la naturaleza. Se trata del grupo tribal de los yanomamo, compuesto por unos 10.000 amerindios que habita en la frontera entre Brasil y Venezuela. Un pueblo que ha recibido el sobrenombre de "pueblo feroz" por parte de su principal etnógrafo: Napoleón Chagnon, de la Universidad Estatal de Pensilvania.
Una sociedad que rinde culto al príapo y a la testosterona y que desprecia al género femenino por sistema: aunque siempre se andan peleando entre ellos por cuestiones de adulterio o por promesas incumplidas de proporcionar esposas, como si la mujer, en el fondo, fuera lo más importante.
Zambullámosnos en esta fascinante sociedad que pondría los pelos de punta a Bibiana Aído o a cualquier feminista de lilas vestiduras.
Absolutamente todos los hombres yanomamo, guerreros duros y fuertes (algo así como los espartanos de 300), coléricos y aficionados a las drogas, magullan, mutilan y violan a absolutamente a todas las mujeres de la tribu. Los más feroces incluso las hieren o matan. Así que no es raro encontrar que el cuerpo de cualquier mujer yanomamo es como un mapa geográfico del dolor, lleno de arañazos, hematomas e incontables marcas de supremacía varonil.
Lo explica así Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas:
Un modo favorito de intimidar a la esposa es tirar de los palos de caña que las mujeres llevan a modo de pendientes en los lóbulos de las orejas. Un marido puede tirar con tanta fuerza que el lóbulo se desgarra. Durante el trabajo de campo de Chagnon, un hombre que sospechaba que su mujer había cometido adulterio fue más lejos y le cortó las dos orejas. En una aldea cercana, otro marido arrancó un trozo de carne del brazo de su mujer con un machete. (
) Si una mujer ni obedece con bastante prontitud, su marido le puede pegar con un leño, asestarle un golpe con su machete, o aplicar una brasa incandescente a su brazo. Si un marido está realmente encolerizado, puede disparar una flecha con lengüeta contra las pantorrillas o nalgas de su esposa.
Incluso, aunque la mujer no tenga culpa de nada, si un hombre está enfadado con otro hombre, puede usar a una mujer para descargar su ira, a modo de chivo expiatorio o de punching ball emocional contra el estrés. También creen que la sangre menstrual es nociva: al tener su primera menstruación, las chicas son encerradas en jaulas de bambú y son privadas de comida.
En definitiva, los yanomamo son una sociedad en que la canción del Payo Juan Manuel, niña no te modernices, en absoluto escandalizaría a nadie.
Pero ante toda esta barbarie, ¿cómo reaccionan las mujeres? ¿Se rebelan? ¿Aceptan con mansedumbre la supremacía masculina? La respuesta es, cuando menos, chocante. La explicaré en el siguiente artículo de esta serie.
Mujeres que ganan puntos gracias a la violencia de género (II)
Sergio Parra
Os explicaba en el anterior artículo el desenfreno machistoide en el que estaban instalados los yanomamo, la que quizá sea la sociedad más violenta y agresiva con el género femenino que conozcamos. De nuevo, le cedo el turno a Marvin Harris:
Como sucede en las tradiciones judeocristianas, los yanomamo justifican el machismo con el mito de sus orígenes. Al principio en el mundo, dicen, sólo había hombres feroces, hechos con la sangre de la Luna. Uno de estos primeros hombres cuyas piernas quedaron embarazadas se llamaba Kanoborama. De la pierna izquierda de Kanaborama salieron mujeres y de su pierna derecha hombres femeninos: los yanomamo que son reacios a los duelos y cobardes en el campo de batalla.
Puede resultar una geneaología un tanto disparatada, pero recordad que Eva procede de una costilla de Adán, por ejemplo.
Sin embargo, lo verdaderamente interesante de esta sociedad es la reacción de las mujeres ante su situación. No hay quemadoras de sujetadores. Tampoco hay sumisión sin más. Lo que hay es otra cosa aún más insólita.
Las mujeres yanomamo esperan de ser maltratadas. Es más, su estatus como mujer se mide por la cantidad de maltrato que han sufrido, como si sus medallas al honor fueran hematomas y sus cicatrices, bellos adornos con los que sentirse más deseadas que sus competidoras.
La doctora Judith Shapiro, profesora de la Universidad de Chicago, por ejemplo, fue testigo de una discusión entre dos mujeres jóvenes que se enseñaban mutuamente las cicatrices de su cuero cabelludo.
Una de ellas le decía a la otra cuánto la debía querer su marido puesto que la había golpeado en la cabeza con tanta frecuencia. Al referirse a su propia experiencia, la doctora Shapiro cuenta que su condición sin cicatrices y sin magulladuras suscitaba interés de las mujeres yanomamo. Afirma que decidieron "que los hombres a los que había estado vinculada no me querían en realidad bastante". Aunque no podemos concluir que las mujeres yanomamo desean que se las pegue, podemos decir que lo esperan. Encuentran difícil imaginar un mundo en el que los maridos sean menos brutales.
En la siguiente parte de esta serie de artículos sobre los yanomamo, sin embargo, veremos cómo los hombres tampoco lo pasan nada bien en este ambiente machista y ultraviolento que deja a los protagonistas de La naranja mecánica como a simples aficionados.
Mujeres que ganan puntos gracias a la violencia de género (y III)
En los artículos anteriores veíamos que los yanomamo varones vivían en un ambiente ultraviolento. ¿Por qué? Fundamentalmente por el déficit de mujeres. Hay menos mujeres que hombres (a pesar de que una cuarta parte de los hombres muere en combate) y, por lo tanto, los hombres deben combatir por ellas. Además, los jefes y los hombres de gran reputación acostumbran a poseer 4 y 5 esposas simultáneamente, lo cual agrava el déficit.
Como las muchachas yanomamo ya están prometidas, incluso antes de empezar a menstruar, todos los jóvenes yanomamo codician activamente las esposas de sus vecinos. Los maridos se enfurecen cuando descubren una cita, no tanto por los celos sexuales, sino porque el varón adúltero debería haber compensado al marido con regalos y servicios.
¿Por qué existe este déficit de mujeres? ¿Por qué hay tan pocas y, por tanto, resultan tan valiosas? Sencillo: los yanomamo exterminan constantemente un gran porcentaje de sus bebés de sexo femenino. Los hombres exigen que su hijo primogénito sea varón. Una selección sexual artificial que conlleva que existan 154 niños por cada 100 niñas.
Si la fuente de muchos de los problemas de los yanomamo radica en la escasez de mujeres, ¿por qué no reconvierten sus costumbres y dejan de eliminarlas sistemáticamente? La razón se debe a que los yanomamo son nómadas recalcitrantes, se desplazan a un ritmo muy superior al de otros pueblos de la selva amazónica debido a que su fuente principal de alimento son las bananas y los plátanos (plantas introducidas en el Nuevo Mundo por colonos portugueses y españoles).
El problema de los plátanos y las bananas es que son deficientes en proteínas. Antiguamente, los yanomamo obtenían sus proteínas de la caza de ciervos, osos hormigueros, armadillos, monos, cocodrilos, tortugas, serpientes y otros animales. Pero los yanomamo sufrieron una explosión demográfica debido al éxito de sus cultivos de plátanos y bananas, que incrementaron la cantidad de calorías per cápita y los animales disponibles, que fueron cazados indiscriminadamente, redujeron su población.
Los especialistas amazónicos jane y Eric Ross sugieren que las constantes fisiones y venganzas de sangre entre las aldeas yanomamo tienen su explicación en la escasez de proteínas, no en los excedentes libidinales. Estoy de acuerdo. Los yanomamo se han comido el bosque (no sus árboles, sino sus animales) y están sufriendo las consecuencias en forma de intensificación de la guerra, la traición e infanticidios, y una brutal vida sexual.
La necesidad de hombres fuertes para luchar contra otras aldeas por los escasos animales de la región es, a juicio de Marvin Harris, el verdadero motivo por el cuál se prefiere el nacimiento de hombres al de mujeres y, como efecto secundario, ello también produce una escasez de mujeres que, quizá, produzca tanta ansia como un estómago vacío.
La razón práctica y mundana para matar y descuidar sistemáticamente a más niñas que niños no puede consistir sencillamente en que los hombres obligan a las mujeres a hacerlo. Hay demasiadas oportunidades, como ilustra el ejemplo que he acabado de presentar, para eludir y burlar los deseos del hombre en esta cuestión. Más bien, la base efectiva de las prácticas de crianza de las mujeres yanomamo es su propio interés en criar más muchachos que muchachas. Este interés está arraigado en el hecho de que ya hay demasiados yanomamo en relación con su capacidad para explotar su hábitat. Una proporción mayor de hombres respecto a mujeres significa más proteínas per cápita (puesto que los hombres son los cazadores) y una tasa menor de crecimiento demográfico. También significa más guerras. Pero la guerra es el precio que pagan los yanomamo, al igual que los maring, por criar hijos cuando no pueden criar hijas. Sólo que los primeros pagan mucho más caro este privilegio, puesto que ya han degradado la capacidad de sustentación de su hábitat.