Escrito por Laura Suárez y López-Guazo
Diciembre 2010 - Ética en la ciencia
Laura Suárez y López-Guazo*
En este trabajo pretendemos analizar la importancia en la enseñanza de la ciencia de incluir los elementos éticos –valores- que subyacen la producción y en las amplias aplicaciones derivadas del saber científico, que directamente inciden en la esfera social. También intentamos destacar diversos factores que colocan a la ciencia, en el contexto contemporáneo, como instrumento de autoridad con gran poder político, por lo que es importante abordar los valores éticos que deben resaltarse en la enseñanza de las ciencias. Particularmente en el caso de la biología, con el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías de reproducción, de la biotecnología, del conocimiento del genoma humano y de la reciente legalización de la eutanasia en algunos países europeos, entre otros variados temas, se manifiesta la importancia del análisis bioético en torno a las aplicaciones de dichos campos, por su enorme trascendencia en la vida individual y colectiva de los sujetos. Por último se resalta la importancia de la formación interdisciplinaria que se exprese claramente la estrecha vinculación ciencia-filosofía, que deberá contemplarse en la enseñanza de las ciencias en todos los niveles educativos.
Ciencia y ética
La ciencia se define en primera instancia, por sus fines cognoscitivos, como la constante búsqueda de una interpretación racional de la naturaleza y sus fenómenos. En términos generales, se ha considerado que esa búsqueda del saber en el ámbito de la ciencia, es desinteresado e independiente de otros propósitos ajenos al propio conocimiento y congruente con la condición de objetividad y verdad. Históricamente esta concepción de ciencia responde al reconocimiento del principio aristotélico fundamental del afán universal y natural de los seres humanos por el conocimiento, que para Freud representa la mejor forma de lograr la plenitud y la felicidad, que deriva de lo que denominó pulsión por el saber.
Analizar desde el punto de vista ético, cómo se construye, se justifica y se aplica el conocimiento científico, resulta indispensable ya que ninguna otra forma de creación en nuestro tiempo –filosofía, literatura, arte, religión- afecta directamente la vida individual, social y económica de la humanidad de manera tan radical y universal como la ciencia.La ciencia-filosofía, cifra justamente su valor ético en la virtud humana, es decir, en su capacidad de satisfacer y cumplir una necesidad fundamental del ser humano, que es precisamente el intrínseco impulso hacia el conocimiento.
Hasta hoy, la ciencia ha transformado el mundo, con sólo pensarlo y conocerlo; incluso gracias a lo que la ciencia aún no sabe, es posible evidenciar las interrogantes por describir o descubrir. La bondad del saber en la ciencia, es que nunca el conocimiento se considera acabado, sino que es cuestionado constantemente por la propia comunidad científica, por considerarse provisional y por el hecho de que la actividad científica por ser colectiva, permanentemente se somete a la discusión racional; para ello, la ciencia está siempre en constante evolución. Como atinadamente afirmaba el recientemente fallecido filósofo de la ciencia Karl Popper: la ciencia avanza por eliminación de error, no por un mayor acercamiento a la verdad.
El poder del saber científico
"Definir la ciencia como la búsqueda
desinteresada de la verdad no es más que
una caprichosa fantasía. Los objetivos de
la investigación nunca pueden estar
divorciados del interés humano"
John Ziman.1
El argumento de la autoridad, en el caso de las sociedades humanas, generalmente se refuerza mediante el uso de autores relevantes y con trascendencia histórica. Así por ejemplo se dice: "Aristóteles afirmaba..."; también se sostiene que una aseveración es verdadera porque así lo señalan los "padres de la iglesia". Pero afortunadamente el avance científico se fundamenta precisamente en el rechazo a ese tipo de argumentaciones; la ciencia intenta, a partir de emplear deducciones lógicas y el razonamiento relacionado con ellas, verificar si una afirmación es verdadera, o refutar si se demuestra su falsedad.
Pero es innegable también, que se emplea el argumento de la cientificidad para legitimar las ideologías promovidas por los grupos en el poder, que les han colocado en situaciones privilegiadas, invocando en sus discursos múltiples planteamientos de la ciencia moderna o referir los últimos descubrimientos en biología, para reforzar la vieja concepción de las diferencias naturales de raza, clase social e incluso de género.El resurgimiento del racismo por ejemplo, ha pretendido jerarquizar las razas, a partir de utilizar y deformar los argumentos derivados del ámbito científico, como las diferencias genéticas, las diferencias en cuanto al coeficiente intelectual, etcétera. Por otra parte, el prestigio que ha alcanzado la ciencia en nuestro siglo es tal, que si se emplean elementos que intenten fortalecer la tesis de la superioridad o inferioridad de cualquier grupo humano, con la etiqueta de científicamente demostrado", se piensa que todos estaremos obligados a aceptarlo, como "verdad absoluta".2
Es indispensable recalcar que históricamente los argumentos científicos han servido, para avalar múltiples argumentos de autoridad y como un perfecto camuflaje para cualquier decisión política. Por ello es imprescindible que la investigación y los miembros que conforman las comunidades científicas, incidan no sólo en el nivel de las aplicaciones técnicas, sino que desempeñen también un papel activo, efectivo y funcional dentro de los sistemas sociales que refleje públicamente su valor extrínseco. Por ello, dichas comunidades, tienen el compromiso de garantizar la formación de nuevos científicos y difundir los logros de la ciencia y los riesgos sociales y políticos derivados de su aplicación; esto es, que se conozca el impacto tecnológico del saber científico y su influencia en la sociedad contemporánea.
Ética y saber científico
"Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su
mente, el individuo es soberano"
John Stuart Mill.
Es indispensable destacar, que además de la función estrictamente cognitiva, teórica, el conocimiento científico se concibe y se valora por sus aplicaciones, ya que como se había señalado antes, también conlleva el poder de transformar, e incluso alterar la realidad de acuerdo con los propios deseos de los hombres. Esto, sin duda representa el enorme poder del saber científico que puede emplearse para bien o para mal, de forma tal que el denominado desinterés del conocimiento se convierte en la práctica una forma de dominio.
Múltiples ejemplos del poder científico se reflejan a lo largo de la historia de la ciencia como son: la elaboración de artefactos nucleares de destrucción masiva, como los usados al final de la Segunda Guerra Mundial; las vacunas empleadas para resolver grandes epidemias; la producción de vegetales con mayor contenido proteínico para resolver el problema mundial de la desnutrición; la esterilización de sujetos latinos en Estados Unidos con la aparente finalidad de mejorar las cualidades raciales de la población, etcétera, lo que nos debe llevar a reflexionar acerca del compromiso social, valor moral y la ética profesional de quienes producen el saber científico y quienes aplican dicho saber para beneficio de las grandes empresas transnacionales, 3 o de la mayor parte de quienes conformamos las sociedades humanas.
En el inicio del siglo XXI, vivimos una etapa, en que los conocimientos llamados científicos, desempeñan un papel trascendente en los más variados aspectos de la vida social. La producción del conocimiento científico en nuestro tiempo, no sólo se reduce a la formulación de teorías o a la interpretación de los fenómenos naturales de acuerdo con el estado de conocimiento de las diversas áreas de la ciencia; por eso es indispensable que en la formación de los futuros trabajadores de la ciencia se ubiquen los compromisos científicos, como factores eminentemente prácticos, esto es, económicos, culturales, éticos y políticos.4
En los últimos años a nivel mundial han retomado importancia algunos temas de interés general, tradicionalmente controversiales, que directamente se relacionan con los derechos individuales. El debate en torno a la intimidad genética de los sujetos, derivado de la repercusión social que el progreso del Proyecto Genoma Humano inevitablemente tiene en cuanto a los derechos laborales, a la posible discriminación social de algunos sujetos portadores de ciertos genes que les predisponen a algunas patologías, las nuevas tecnologías de reproducción asistida, las futuras posibilidades de clonar seres humanos, etcétera, son ahora motivos fundamentales de análisis en el terreno de la ética y preocupación en la esfera legislativa. Otro tema también espinoso, por sus implicaciones éticas es la regulación del aborto, que interfiere con la libertad individual de decidir el número de hijos que cada quien considera puede brindarles una vida de calidad y la posibilidad de regular en torno a la decisión individual de determinar continuar viviendo en condiciones artificiales o terminar con la vida, esto es el caso de la eutanasia, muerte asistida o el derecho de cada individuo a terminar con su vida, con la finalidad de eliminar el suplicio de continuarla.
Pero, con el paso de la sociedad industrial, hacia una sociedad tecnológica, se ha acentuado la fragmentación social; la especialización del conocimiento se ubica en la actualidad como uno de los valores sociales más preciado. Los profesionales de la ciencia, expertos, representan un conglomerado de personas que saben mucho de una faceta del conocimiento muy reducida; se mantienen alejados de una óptica integral y totalizadora del mundo y de lo humano. Para Zygmunt Bauman, este comportamiento –de los científicos dedicados a la ciencia aplicada- se expresa en que "el sujeto nunca actúa como una persona total."5 Sin duda el surgimiento de una disciplina como la bioética, justamente responde a la necesidad, de pensar en un sentido más amplio, que visualice los fines de las nuevas tecnologías de que se disponen en la actualidad y sus repercusiones en los derechos individuales y colectivos.
Hacia una vida de calidad: la importancia del enfoque bioético
La vida no es más que una sombra que pasa.
Shakespeare, Macbeth
Pero ¿cuál debe ser el papel que desempeñen las comunidades científicas respecto a un tema tan cuestionable como el derecho a la vida o a la muerte? ¿Cuál respecto a las decisiones individuales en torno a las nuevas tecnologías de reproducción? y ¿Cuál en relación al respeto a la intimidad genética de los sujetos? Estas discusiones ciertamente deben centrarse en la amplia concepción de la calidad de vida. En realidad uno de los fines centrales del desarrollo científico debiera centrarse en la felicidad, el bienestar, la vida y la salud de calidad.
En la sociedad tecnológica en que vivimos, se privilegia la formación de grupos de expertos especializados en técnicas novedosas, incapaces de abordar la totalidad y complejidad del interés, derecho y sentimiento humano. A esto responde en gran medida el impulso que en las tres últimas décadas se ha otorgado a una disciplina inter y multidisciplinaria como la bioética, cuyo objeto de estudio se centra en el análisis de esa multifacética esfera que representa la denominada condición humana.
La definición de calidad de vida, depende de diversos parámetros fijados culturalmente. No es lo mismo una vida de calidad para un occidental europeo que para un marroquí; tampoco lo es para un anciano que para un joven, ni para un enfermo con posibilidad de cura que para otro en fase terminal. Por ello, resulta difícil pero fundamental establecer una acepción amplia que represente el concepto de bienestar -o vida de calidad- que sea posible aplicar de manera general. Independientemente de la dificultad para lograr una definición amplia y convincente para todos los grupos que conforman la sociedad mundial humana, es posible determinar parámetros generales que clarifiquen el poder de la acepción vida de calidad. La búsqueda de la felicidad es una pretensión fundamental de la humanidad; el hambre, el dolor físico o mental, la discriminación y la exclusión son obstáculos para obtenerla.6 Por ello, los objetivos de la ciencia deben orientarse a disminuir o eliminar esos daños.
Si tomamos como ejemplo la salud, definida como "un estado de completo de bienestar físico, mental y social …"7, lo mismo sucede si queremos señalar respecto a la calidad de vida, incidir precisamente en añadir algo más al estado ya existente. Recordemos la frase de Plinio, respecto a la importancia de la calidad de la vida "Lo mejor que la Naturaleza ha dado al hombre es la brevedad de la vida."8 Las dificultades que derivan de los alcances de ciertas técnicas empleadas en biomedicina, rara vez se someten a un análisis en torno a los problemas éticos que involucren la calidad de vida de los directamente afectados. Numerosos sucesos se pueden ejemplificar: como los niños que nacen aún cuando su madre haya sido declarada con muerte cerebral, padre ausente y que, mediante procedimientos artificiales, es posible prolongar la vida de la progenitora hasta el nacimiento de su hijo. Esos casos, en la literatura médica se reportan como "un triunfo más de las técnicas biomédicas". Habrá que cuestionarse respecto al futuro de esos individuos en términos de su calidad de vida, educación, salud, etcétera. En términos generales, estos son aspectos que quienes toman estas decisiones y determinan el empleo de dichas técnicas, no se detienen a reflexionar.
A manera de conclusión
La ciencia se ha empleado históricamente para legitimar normas éticas y/o políticas a partir de datos científicos, como se ha tratado de mostrar la supuesta inferioridad femenina, a partir de estudios derivados de la fisiología, antropometría, primatología comparada y de la genética. La inferioridad racial de ciertos grupos humanos, también ha pretendido sustentarse a partir de valorar las diferencias en torno a estadísticas de mediciones de volumen cerebral y la inferioridad de clases, a partir de mañosas pruebas de coeficiente intelectual aplicadas a individuos de diferentes razas o de la misma, con diferentes niveles culturales. Estas supuestas "verdades científicas", descansan sobre un postulado básico que sostiene que "la verdad es legitimada por la ciencia y mejor aún, si se refuerza con datos cuantitativos".
¿Podemos afirmar que los científicos que investigaron la energía nuclear, que posteriormente se empleó para el exterminio de la especie humana o el uso de armas bacteriológicas o bien, aquellos que estudian las posibles soluciones a los problemas de hambre, de insalubridad, se comprometen de igual manera éticamente? ¿Podemos asegurar también que su "objetividad científica" les permite mantenerse ajenos e independientes del uso que los gobiernos hagan del conocimiento que producen? o ¿es privilegio de quienes trabajan en el campo de la investigación científica, el comprometerse indistintamente con el bien o con el mal, para que el conocimiento que producen no pierda su cualidad de cientificidad?
Los resultados del quehacer científico pueden emplearse para el bienestar o la destrucción de la humanidad, por lo que "la tradicional etiqueta del científico místico, ratón de laboratorio y apolítico", resulta ser una caracterización falsa de un sector profesional que tiene compromisos sociales y políticos, que le obligan a tomar partido en el sentido de impulsar el conocimiento que produce para ser empleado para mejorar las condiciones de vida de la humanidad, el desarrollo de la libertad, promover la paz, en suma, para el progreso de un mayor número de habitantes de nuestro planeta, o que se use con fines que favorezcan sólo a un sector o clase social, que generalmente coincide con quienes detentan el poder político y/o económico, en detrimento de las condiciones de vida de las mayorías.
Es claro que la imagen de la ciencia, se ha construido y evolucionado alrededor de los argumentos que resaltan su racionalidad, su objetividad y su imparcialidad, lo que le ha permitido colocarse en una situación de poder, que se refleja en la autoridad de las instituciones científicas a nivel mundial, aparentemente al margen de las ideologías dominantes. Afortunadamente el intenso trabajo desarrollado en las últimas tres décadas en los campos de la sociología, filosofía e historia de la ciencia, favorece el que los profesores de ciencias resaltemos la importancia del compromiso social y la ética de los científicos, lo que nos permitirá acercar a nuestros estudiantes a una visión real del quehacer científico. Conocer los obstáculos tanto de carácter ideológico, como económico que enfrentan los científicos para poder desarrollar su labor; detectar los errores y aciertos que se han cometido para llegar al estado actual de las teorías, así como los efectos negativos y positivos del uso del conocimiento y los factores sociales, económicos y políticos en que incide directamente el uso y en ocasiones el abuso de dicho saber.
Por ello, es indispensable que existan programas estatales de difusión de la ciencia y que las instituciones educativas, valoren esta actividad que posibilita propagar y reflexionar en torno a la práctica científica y a sus repercusiones sociales.
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Notas
* Doctora y profesora Titular del Colegio de Ciencias y Humanidades, Plantel Sur, UNAM.
1. Ziman, J., 1985, Enseñanza y aprendizaje sobre la ciencia y la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 61.
2. Jacquard, A., 1993, La ciencia: ¿Una amenaza? Interrogantes de un genetista, Gedisa, S.A., España, Col. Límites, 16.
3.Acerca de los valores éticos en el marco de la ciencia, véase la obra González, J., 2000, El poder de eros. Fundamentos y valores de ética y bioética, Tercera parte, Entre bíos y ethos, México, Paidós-UNAM. Otras obra que señala la repercusión socio-política del saber científico es, Barona, J. L. 2001, Medicina y compromiso, entre la experimentación y la política, Nivola, España.
4. Un amplio análisis acerca del compromiso social y especialmente ético de quienes se dedican a la producción y aplicación del saber científico se encuentra en Thuillier, P., 1998, Las pasiones del conocimiento: Ensayos sobre las dimensiones culturales de la ciencia, Alianza Universidad, S.A., Madrid, España, p. 71.
5. Barman, Z., 1998, Postmodern Ethics, Blackwell, Oxford, p. 198.
6. Camps, V., 2001, Una vida de calidad: reflexiones sobre bioética, Ed. Crítica, Barcelona, p. 21.
7. Al constituirse la Organización Mundial de la Salud, en 1946 estableció esta ambigua definición.
8. Plinio, Historia Naturalis VII.
Fuente:
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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