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viernes, abril 14, 2006

El comercio con las palabras

EL COMERCIO CON LAS PALABRAS UN HOMENAJE A LOS ESCRITORES EN EL DÍA MUNDIAL DEL LIBRO EL 23 DE ABRIL

El comercio con las palabras es como el de las enfermedades, mejora a los mejores y empeora a los peores. Escribir bien no significa, en modo alguno, ser buena persona. Tampoco mala, es cierto. Pero la poesía, si nos atenemos a esa forma mayor de la escritura, debe mejorar, piensan algunos, a quien la practica. Pero, en verdad, en la mayor parte de las civilizaciones ser poeta es lo más cercano a una condena, un destino, un llamado: una maldición, pues. Nuestra época, empero, padece poetas a quienes puede explicárseles vocacionalmente: no es llamado ni condena, es conveniencia.

A lo mejor, como quieren los neurofisiólogos, los poetas no sean sino una subclase de quienes padecen (¿padecemos?) malformaciones cerebrales. Que ciertas estructuras neuronales no les funcionan como a los demás mortales y, por ello, atisban, ven, oyen, imaginan o sienten relaciones impensadas entre sentidos inconexos. Y, por ello, son elegidos, pero no salvos. La mejor imagen del poeta sigue siendo, para mí, la dada por Cortázar en Carta a una señorita de París. Inopinada, sorpresivamente, el poeta vomita uno de sus engendros (un conejito). A partir de ese momento su vida cambia y debe plantearse qué hacer, con él y con el conejito. Si en verdad la poesía no proviene sino de una malformación congénita o de un defecto genético (lo que ahora llaman capacidades diferentes) significa que no hay nada por hacer, se nace poeta o no, como se nace o no epiléptico o sinestésico o dibujante. Y así como las glorias del baloncesto nunca serán para los chaparros, hay muchos para quien todo su amor por la poesía siempre estará muy mal correspondido. Pero no adelantemos vísperas, no es que quienes padezcan un don mínimo para tal o cual actividad no deban practicarla. Todo lo contrario. Escribir es un acto mágico y por demás gratificante, escribir permite mostrarse, pues es imposible esconderse detrás de las palabras, permite vernos, calibrarnos, catarnos. Como dibujarnos en autorretrato. Pero esos rituales, tan perdidos ahora, no significan ser poetas o artistas, como jugar en algún parque no significa aspirar a jugar profesionalmente.

Porque escribir sin remedio es una carga, y de esa carga pocas veces se sale bien librado. El gozo de la escritura radica en terminar, sólo en ese momento luminoso en que lo escrito ha dejado de ser problema. Pero la diferencia entre quien no tiene más remedio que escribir, el poeta, por seguir con nuestro ejemplo, y quien sólo desea reconocimiento, es enorme. Quizá de las peores y menos atendidas consecuencias de las tecnologías es la facilidad con la que se edita en estos días. Antes, al menos, los costos de hacer libros eran enormes. Pero desde la aparición de la imprenta hasta nuestros días cada vez es más barato y, hemos conseguido, enhoramala, editar millones de poemas prescindibles. Un impuesto, tal vez, desalentaría a los desalentables, a quienes escribir y publicar no es urgencia ni condena, sólo anécdota, la cual, huelga decir, nunca es cantada de manera buena. Por ello, decía, como las enfermedades, mejora a los mejores y empeora a los peores.

http://www.librodenotas.com/asombrosyparalajes/8737/el-comercio-con-las-palabras

Saludos Rodrigo González Fernández, consultajuridica.blogspot.com

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