¿Hacia un progresismo compasivo? Sin necesidad de maniobras ni conspiraciones, el cambio de gabinete es el inicio del retorno al reordenamiento del sistema de toma de decisiones en función de prácticas oligarquizantes creadas bajo el influjo de la transición y del afamado modelo económico. Antonio Cortés Terzi, director ejecutivo del Centro de Estudios Sociales Avance, EN lA NACIÓN PRESENTA ESTE ESTE INTERESANTE TRABAJO QUE DEFINE COMO ES QUE LA CENTRO IZQUIERDA DEBE SEGUIR UN PROGRESISMO COMPASIVO El sueño del bacheletismo que nos tuvo a todos con los ojos anegados de emoción parece no ir más. Esta frase de Carlos Peña (El Mercurio, 01/03/07) resume una de las mayores coincidencias que se encuentran en las interpretaciones que se han hecho del último cambio de gabinete. La conclusión más compartida entre círculos políticos e intelectuales es que la nueva composición ministerial sería una sólida señal de que, en lo esencial, el proyecto Bachelet se frustró y que se inició un giro sustantivo en ideario, proyecto y poder favorable a las corrientes tradicionales y liberales de la Concertación. El ideario Bachelet nunca fue definido de la A a la Z. Pero más que una carencia o error -aunque en algunos aspectos lo eran-, sus indefiniciones o vaguedades sobre determinadas áreas resultaban de uno de sus rasgos identificatorios: su aspiración innovadora. Como cualquier buen espíritu innovador, este ideario no constreñía la innovación a un estricto plan prediseñado, sino que dejaba espacios para una innovación en base a la marcha de la misma. La propuesta tenía dos ejes centrales: énfasis programático en lo social y desarrollo de una nueva generación lideral de la Concertación. Ambos se contravenían y se conflictuaban de modo objetivo con dinámicas mentales y de poder fuertemente instaladas y hegemónicas en los hechos al seno del concertacionismo. A su vez, ambos eran orgánicamente interdependientes: sólo una nueva generación podía dar el viraje ambicionado y sólo ese viraje le daba racionalidad histórica al desarrollo de una nueva generación. El cambio de gabinete virtualmente terminó con el ya debilitado proceso de configuración de nuevos liderazgos. Caducado ese eje, el innovador de manera necesaria se debilita y del énfasis social es probable que se pase al acento en el crecimiento, que siempre entraña grados importantes de conservadurismo en materias políticas, societarias, culturales, etc. Que la transformación generacional ha sido sacrificada se confirma no sólo por el regreso de antiguas figuras, sino por la supremacía que alcanzó en el gabinete la fracción liberal de la Concertación. Es efectivo que el equipo tiene rostros nuevos provenientes de la escuela económico-liberal. Pero hay que atender a dos detalles: dada la composición ministerial, el nexo más significativo entre los nuevos rostros no es el generacional, sino su adscripción al liberalismo. Y, quiérase o no, adscriben además a una de las corrientes transversales más tradicionales del concertacionismo y que, bemoles más bemoles menos, ha participado activamente en la configuración de un pensamiento y un estilo tradicional del concertacionismo, en extremo influyente en las improntas continuistas de los gobiernos de la Concertación. De ninguna manera los rostros nuevos se pueden considerar representativos de una nueva generación y menos de una innovadora en el campo de la renovación progresista de la centroizquierda. ¿Por qué el Gobierno más confesamente identificado con la proyección de los idearios ancestrales socialdemócratas y socialcristianos termina concediéndole -como ningún otro- tanto poder al economismo-liberal? El cientista político Alfredo Joignant ha dado una razón muy atendible (Estado Nacional. TVN, 25/03/07). Su hipótesis, dicha de forma escueta, es que la culpa mayor radicaría en las propias corrientes afectadas, toda vez que, a diferencia de las liberales, no han logrado edificar homogeneidades político-culturales con soporte de poder político ni un cuerpo de ideas traducible en propuestas de políticas públicas, ni tampoco ofrecen una cartera suficiente, competitiva e idónea de político-intelectuales y tecnopolíticos. De allí que, ante las premuras y demandas ejecutivas del Gobierno, la mejor opción era recurrir al stock de liberales. La hipótesis, como se dijo, es atendible y, es probable, que explique buena parte del asunto. Pero podría ser complementada con una duda: ¿no será que la hegemonía económico-liberal en Chile es de tal grado y se ha fraguado en círculos de poder tan oligarquizados que ha conseguido crear la imagen, precisamente, de inexistencia de pensamientos políticos y tecnopolíticos alternativos? ¿No será que sí existen alternativas social-progresistas al liberal-progresismo, pero que no se las ve merced al formidable murallón dentro del que las ha encerrado la hegemonía y poder del liberal-progresismo? Lo que aquí se sostiene -a propósito de lo anterior- es que la presumible caducidad del proyecto es sólo un síntoma de una cuestión más amplia, más grave y más dramática. Este proyecto amenazó la preeminencia de los grupos de poder concertacionistas que se armaron en el curso de más de tres lustros. Pero al amenazarlos, puso también en jaque todo un sistema de toma de decisiones que ha operado por mucho tiempo en la vida nacional. En consecuencia, también amenazó a grupos de poder extra Concertación. El derrumbe del proyecto, más allá de sus propias fallas, es, en gran medida, debido a la reacción natural, espontánea, de los circuitos de poder transversales gestados en los últimos años y que configuran la esencialidad de lo sistémico. Sin necesidad de maniobras ni conspiraciones, por el peso de la noche (léase, el peso de lo sistémico), el cambio de gabinete es el inicio del retorno al reordenamiento del sistema de toma de decisiones en función de las prácticas oligarquizantes creadas bajo el influjo de la transición y del afamado modelo económico. El drama es que la frustración del proyecto Bachelet es muchísimo más que eso. Es además y entre otras cosas, el presagio de que la Concertación es incapaz de renovarse de modo significativo y que la centroizquierda está cada vez más entrampada en lo sistémico y en su reproducción. Tal vez sea hora de ir pensando en una nueva definición doctrinaria para una centroizquierda tan encorsetada en cuanto a ideario y proyecto. Se sugiere, parafraseando a las neoderechas, definirse como progresismo compasivo. Ser más compasiva que la derecha sería el gran ethos diferenciador de la centro-izquierda. Publicado con autorización del Centro de Estudios Sociales Avance (www.centroavance.cl) |
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RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
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