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miércoles, agosto 29, 2007

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CONTRAVÍA

Rompiendo una lanza

Eduardo Escobar. Columnista de EL TIEMPO.

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La liberación femenina como la religión, el amor filial, el trabajo, tiene sombras.

Como ninguno osará plantear el asunto desde la orilla del varón, por miedo de parecer oscurantista, y hasta antisemita y negrero, no tengo más remedio que tomar el riesgo yo mismo, solo, de partir el campo frente al viejo enemigo, dulce, constante y astuto.

En la antigua guerra de los sexos, las mujeres llenan de vituperios al pobre macho todos los días. No les basta el control que ejercen desde el Paraíso con sus manzanas tóxicas, y sus pucheros húmedos de lágrimas calculadas, que los cándidos varones atribuimos a la sensibilidad herida en las crisis de culpa. Porque de añadido debemos sentirnos culpables de la violencia del mundo comenzando por la casa; de las diferencias estadísticas entre los señores y las señoras en los gabinetes; y hasta de sus problemas de diván. Ignoran cuántos sonetos vergonzantes costaron. No caeré en la obviedad de mencionar a Helena de Troya.

EL TIEMPO publicó la noticia del último acoso de las luchadoras de la igualdad de género. Que no es tantas veces otra cosa que la reivindicación para las mujeres de las más turbias actividades de sus cónyuges: los terrores del amor furtivo, los oficios crueles de la guerra, el hollín de la fábrica, el tedio de las oficinas y demás sumisiones que la tradición atribuyó a la masculinidad. Y que por alguna razón las mujeres perciben como privilegios. Y no son más que las tareas del falso orgullo y las iniquidades de la voluntad de poder.

Las feministas apelan con frecuencia a una supuesta superioridad moral de la hembra para redondear los agravios en la puja por un turno en el cadalso de estas romas rutinas. Otro engaño de Eva. Si nos atenemos a las noticias de la farándula y la política, y a las crónicas de las remotas cortesanas que la modernidad transfiguró en abogadas curtidas en alborotos parlamentarios y en terrorismo emocional. La liberación femenina como todas las cosas incluidas la generosidad, la religión, el amor filial, el trabajo, tiene sombras. El alcoholismo, las drogas, la promiscuidad son pestes cada vez más comunes en el mujererío.

El movimiento Mira, una agrupación de fundamentalistas cristianos, impulsa en la Cámara un proyecto de ley justificado en la protección del niño. Según su letra, los padres (de desecho) que incumplan con sus obligaciones serán castigados con detención domiciliaria nocturna y suspensión de la licencia de conducir cuando no sea indispensable para la supervivencia. El proyecto tiene una cosa buena: compromete al Estado a suplir las necesidades del desamparo cuando el pávido consorte compruebe su indefensión económica.

La reglamentación y la adopción de los medios para hacer efectiva la ley contribuirán a agravar el enredo del aparato judicial colombiano hecho de errores, improvisación y retardos. Un funcionario de la Procuraduría reconoció que la conversión del abandono en delito no ha traído mayores beneficios a la familia. Y al Estado le resulta oneroso mantener en prisión a uno que puede apelar hasta que la cola dé manteca y San Juan agache el dedo.

El proyecto pasa por alto las diferencias de los vínculos que unen a los padres y las madres con sus hijos. Los varones tienden a matizar el afecto según sus virtudes intelectuales y sus cualidades morales. Las madres aceptan igual al sabio que al genocida, como si no pudieran ser decepcionadas. Por eso las filas de visitantes de las cárceles son filas de madres sobre todo.

La ley reduce así al hijo a un problema de plata de acuerdo con las perversiones del presente. El padre es condenado a financiar el despojo de un fracaso. Convertido en un melancólico de sábado con cara de helado es a lo sumo uno que lleva unos niños al museo o a la retreta y después se despide. Pero todo padre espera influir en la formación de un alma en sus hijos más allá de las funciones intestinales. Ninguno se resigna a ser el padre postizo que puede sustituir el panadero de la esquina.

eleonescobar@hotmail.com

Eduardo Escobar

Saludos
Rodrigo González Fernández
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