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viernes, julio 17, 2009

Fontaine, Juan Andrés

Fontaine, Juan Andrés
 

Fontaine, Juan Andrés

 

Viernes 17 de Julio de 2009
Creer en Chile

No se llama AH1N1 el virus más peligroso que nos amenaza. Es la pérdida de la fe en nuestra capacidad de crecer rápido y crear oportunidades de progreso para todos. Es esa suerte de peso de la noche —para recurrir a la consabida imagen portaliana— que se ha dejado caer sobre nuestra economía a propósito de la desastrosa crisis internacional. La próxima elección presidencial puede ser una buena ocasión para que el país supere la frustración y se reencuentre con el camino al desarrollo.

Había buenas razones para pensar que sortearíamos en buenas condiciones la Gran Recesión del 2009. Pero, aunque ya aparecen ciertos frágiles brotes verdes, los últimos tiempos la economía nacional está sufriendo una recesión tan severa como la que en promedio afecta al mundo y —lo que es más sorprendente— su recuperación está retrasándose respecto de las economías emergentes más dinámicas. Durante el segundo trimestre, la actividad económica parece haber sido un 4% inferior a un año atrás y acusado todavía alguna disminución respecto del período inmediatamente anterior. No es esto lo que se observa en China, Corea, India e incluso Brasil. Todos ellos sufrieron un muy fuerte bajón luego del derrumbe de Wall Street, pero están ya en vigorosa recuperación. Chile todavía no. Por eso, el empleo ha vuelto a caer en los últimos meses y el desempleo se empina ya por sobre el 10% de la fuerza de trabajo. Sólo siete de entre los 42 países desarrollados y emergentes que sigue el prestigioso semanario The Economist exhiben tasas de desocupación con dos dígitos.

Es probable que el debate acerca de lo que acá falló se extienda por muchos años. Habrá quienes argumenten que ante un colapso mundial tan fuerte, la pequeña y abierta economía chilena no podría sino sufrir un impacto profundo. Pero las cifras no avalan esa presunción. No es la demanda externa la que más ha caído, sino la demanda interna. Nuestras ventas al exterior se han defendido en volumen y descendido moderadamente en precios. El cobre y otros productos han disminuido sus precios espectaculares del año pasado, pero se mantienen muy por sobre sus valores históricos. El apretón crediticio internacional también se hizo sentir, pero fue breve. Nada comparable, entonces, con las crisis de 1982 y 1999, cuando los precios de exportación se vinieron al suelo y los altos intereses arruinaron a tantos.

Dos razones, en mi opinión, explican la intensidad con la que hemos sentido acá el terremoto mundial. La primera es que nuestras autoridades, luego de haber proclamado a todos los vientos que nuestro supuesto blindaje nos hacía invulnerables, de pronto se dejaron llevar a un extremo activismo fiscal y monetario, que ha terminado agudizando la incertidumbre. Es cierto que las circunstancias exigían una dosis de expansión fiscal y monetaria. Pero el aumento de 19,5% en términos reales del gasto público en los primeros cinco meses del año es a todas luces exagerado. Está provocando un fuerte déficit fiscal, que ya presiona inconvenientemente sobre el dólar y los intereses, y su corrección en los próximos años exigirá sacrificios. También era necesario rebajar los intereses, pero la impaciencia que muestra el Banco Central por ver resultados pronto, ignorando el tiempo que siempre toma la expansión monetaria en surtir sus efectos, es perturbadora. Es positivo que se hayan evitado los garrafales errores cometidos a finales de la administración del ex Presidente Eduardo Frei con motivo de la crisis asiática, pero la presente sobrerreacción también ha sido dañina.

La segunda razón que parece explicar nuestro mal desempeño es la caída de las expectativas en nuestra capacidad de crecimiento. La crisis financiera marca el fin de una inédita bonanza mundial. Si en medio del más espectacular auge de la economía global, y con nuestros precios de exportación por los cielos, apenas fuimos capaces de crecer a un 4% anual, ¿qué puede esperarse de Chile en el mundo que ahora avizoramos, aquejado por una larga convalecencia financiera en las más poderosas economías mundiales? ¿Cómo volveremos a crecer, a dar oportunidades de buenos empleos y abrir a todos posibilidades de ascenso económico y social?

Por eso ha sido muy oportuna la presentación efectuada en Icare por Sebastián Piñera, candidato presidencial de la Coalición por el Cambio, ante un nutrido grupo de empresarios y ejecutivos. El candidato puntero en las encuestas no sólo esbozó los aspectos centrales de su programa económico, sino que reafirmó su convicción en la capacidad de Chile para alcanzar el desarrollo y subrayó el imperativo moral que tal cometido representa para nuestros líderes políticos y empresariales. Puesto en términos bursátiles, lo que en definitiva transmitió Piñera, economista de formación, de larga experiencia en asuntos públicos desde el Senado, emprendedor de brillante trayectoria e inversionista de reconocido buen ojo, es: compren Chile.

En su visión, Chile puede y debe crecer a un promedio de 6% al año a lo largo de la próxima década. Ello nos permitiría cruzar el umbral del desarrollo en unos diez años más. La situación inicial será favorable porque la severa recesión actual dejará a la economía con abundante capacidad productiva ociosa. Bastarán unas pocas señales de buena política económica para poner de nuevo en movimiento los poderosos engranajes de la economía de mercado. Pero habrá que presentar y hacer aprobar sin demoras la agenda de reformas pro crecimiento que las vacilaciones ideológicas y compromisos políticos de la coalición de gobierno mantienen ya por años en el cajón de los asuntos pendientes.

El programa de Piñera se propone encender el emprendimiento y la innovación. Para ello plantea medidas de estímulo tributario a la inversión, tales como la rebaja permanente del impuesto al crédito al 0,6%, la depreciación acelerada para los proyectos emprendidos durante los próximos tres años y la tributación sólo sobre las utilidades retiradas en el caso de la pequeña empresa. Contempla además un amplio programa de concesiones, la eliminación de trabas para la formación de nuevas empresas, la modernización de la legislación laboral para dar con la correcta combinación de estabilidad y flexibilidad, la reforma de la administración pública, las municipalidades y las empresas públicas, transformando a éstas en dinámicas empresas mixtas, con el aporte de la capacidad empresarial y los capitales del sector privado. Algunas de estas iniciativas ya han sido intentadas por la actual administración, pero han encallado por falta de convicción política. El mensaje de la Coalición por el Cambio es que de una vez por todas hay que despertar la capacidad de emprendimiento en Chile. Exactamente lo contrario de lo que cabe esperar de la Concertación, cuyos líderes hoy claman más Estado y nos legan el Transantiago, que se calcula al 2014 le habrá costado al país US$ 4.600 millones, amén de los sufrimientos y vejaciones sufridos por sus usuarios.

Chile tiene las condiciones para volver a crecer. América Latina es hoy mirada con interés por los inversionistas porque está resistiendo bien la tormenta internacional. Nada justifica el derrotismo. Pero hay mucho trabajo por delante y equivocarnos, no podemos.


Fuente:la segunda
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
 
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